sábado, 10 de noviembre de 2012

Análisis de Coyuntura: Sed de gol. Fútbol, relaciones sociales de género y patriarcado.


“Dicen que el que no tiene de donde
se compra un auto bien grande
para poder relucir
sueña con esas tetas divinas
con muchas piernas cruzadas
un leve toque francés”
“Sed de gol” - Joe Vasconcellos
Entrando a la cancha.
Nuestra postura como kolectivo frente al fútbol, no es anti-fútbol. Nos gusta, somos peloteros, vamos al estadio, vemos con placer las pichangas de la población y en algunos casos, jugamos regularmente cada semana. No pretendemos con este ejercicio, construir una moral en oposición al fútbol, porque nos gusta jugarlo, y precisamente, bajo esa constatación, apostamos por de-construir aquellas prácticas que lo secuestran y le asignan relaciones sociales de dominación patriarcales y económicas.  

Primer tiempo.
El académico Oscar Barrera en su trabajo “Nosotros no jugamos con viejas” (2011), considera que el fútbol sostiene el sistema patriarcal, a través de la propagación de la representación de un modelo de hombre hegemónico (fuerte, joven, ágil, hábil, tramposo y burlón) a un gran número de espectadores, en un contexto neoliberal, que promueve desde la publicidad y el comercio, los estereotipos, atributos y valores del hombre ideal, los cuales por cierto, son según el autor muy funcionales al desarrollo del capitalismo. A nuestro juicio, el patriarcado es anterior al capitalismo; sin embargo, este último se nutre de él para potenciar sus estrategias de acción, es decir, utilizan al fútbol como herramienta para potenciar relaciones sociales en clave de dominación.

Desde el Kolectivo Poroto visualizamos el fútbol como una posibilidad para mirar lo social, en particular, las construcciones en torno a las masculinidades. Particularmente, queremos ver el fútbol desde las relaciones de consumo (re) producidas en dicho espacio, asumiendo la tarea de reconocer elementos estructurales en torno al fútbol (fútbol mercantilizado, profesionalizado), así como aquellos presentes en nuestras vidas cotidianas que provienen desde esta práctica sociocultural (para entenderlas y de-construirlas, por ejemplo, cuando vamos al estadio, dejamos de gritar consignas homofóbicas). 

Entre tiempo.
El fútbol en su carácter “competitivo”, configura relaciones de poder en clave de dominación, cuando se asume como una práctica de sometimiento hacia aquellos que derrota, es decir, con quienes juega/comparte. Visto así, este deporte apuesta por el éxito para excluir a los rivales. Los goles, son parte del maltrato a los otros, “sino ganamos, les pegamos”, y cuando ganamos, ridiculizamos a los perdedores al extremo de anularnos como sujetos.

Lo asumido como “natural” en el fútbol, ganar/perder, no es más que un proceso de construcción social, es decir, sus reglas se pueden modificar, en base a los intereses que persiga nuestro quehacer político-social. Si apostamos por la competencia como consigna, el fútbol en su práctica habitual, es perfecto. Si queremos otros tipos de relaciones, comenzar por interrogar los valores que se construyen en torno a él, como práctica social, es una oportunidad.

Segundo tiempo.
La profesionalización del fútbol (objeto de consumo, procesos de mercantilización, de dirigentes a empresarios del fútbol, etc.), construyó la idea de esta práctica como una posibilidad de movilidad social, idea que vemos expresada muy fuertemente, en las escuelas de fútbol; donde padres/madres apuestan porque sus hijos/as, algún día lleguen al fútbol profesional (como Alexis Sánchez, por ejemplo). El problema que visualizamos, es que muchas veces estos espacios de acompañamiento, van de la mano de sobre-exigencias, maltratos psicológicos y gritos que castigan cuando las cosas no salen según las expectativas de las y los apoderados. Si en el caso de las mujeres  se dice que “para ser bellas hay que ver estrellas”, en los varones futboleros para ser futbolista profesional, hay correr y meterla (poner huevos) y por cierto, no expresar sentimientos que puedan ser leídos como debilidad según el Modelo Hegemónico de Masculinidad Patriarcal.  Gary Medel, seleccionado nacional, en una conferencia de prensa el 2010, en el contexto del mundial de fútbol, dijo “no pude llorar porque dicen que soy el pitbull gay”, frente a lo cual se desataron carcajadas de los periodistas asistentes (18-06-10).

Minuto 90.
La feminización del rival, aparece como característica del fútbol en su versión patriarcal capitalista: “madres”, “zorras” y “monjas”. La genitalización del derrotado, como sumisión. Pene avasallador para los que pierden. Por su parte en la escuela, “recreo”, nos solemos encontrar  con prácticas que van desde el apropiamiento del espacio por parte de los varones que juegan fútbol, hasta las reproducciones de las violencias de las barras (violencias sociales). La población es también un espacio donde se expresa lo anterior, la “liturgia” de ir al estadio, muchas veces se tiñe de violencia de género (acoso sexual callejero, por ejemplo). La derrota es signo de debilidad, por eso perder bajo esta perspectiva es inaceptable. La diferencia, lo diverso en este contexto, se transforma en desigualdad, y toda desigualdad merece sospecha y por cierto negación, hasta su desaparición material o simbólica.

Tiempo extra.
Las alternativas que visualizamos en este escenario, van de la mano de reconocer en nuestros aliados/as, prácticas que se abren camino desde producciones contraculturales: Chigol y Fútbol por la vida de Costa Rica (experiencias de fútbol callejero), Escuelas de fútbol desde la educación popular, Centros sociales y sus talleres de fútbol mixto, nos dan algunas pistas:


·         Apostamos por volver[1] al fútbol como un espacio de socialización, que asuma la construcción social de este deporte, y por ejemplo, pase de prácticas basadas en la competencia a prácticas colaborativas (el ejemplo de la silla músical).

·         Juntarse a “chutear” (patear el balón) y divertirse sin tantas reglas, viviendo el fútbol como una práctica de encuentro entre sujetos que se sienten convocados por el placer de jugarlo, sin tener nada que demostrar (Eduardo Galeano describe el fútbol como el triste viaje del placer al deber).

·         Problematizar la “competencia” del fútbol, como una posibilidad para desnaturalizar sus prácticas patriarcales, reconociendo la funcionalidad para el capitalismo (modo de producción).

·         Inventar juegos donde el triunfo sea solo colectivo (individualidades que lo sostienen), que promueva la cooperación y el trabajo en equipo.

Cabe consignar, que el Patriarcado nos va ganando “el partido”, por goleada, pero no está muerto el que lucha.

Noviembre – 2012.
Comentarios a nuestro correo kolectivoporoto@gmail.com

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[1] El fútbol no fue siempre competencia. Eduardo Galeano dedica su libro “El fútbol a sol y sombra” a aquellos niños que se encontraba en los campos de su natal Uruguay. Ellos venían de jugar y cantaban “ganamos, perdimos, igual nos divertimos”. 


 J

sábado, 1 de septiembre de 2012

A propósito de la militancia, de nuestra militancia en el Kolectivo Poroto: género-masculinidades y política

Considerando varios elementos, como el feminismo, demanda social de nuevas formas de actuar, sexualidad y religiosidad, etc, en el Kolectivo hemos, desde nuestras acciones - tanto públicas como hacía lo interno - estado elaborando, reflexionando y haciendo preguntas entorno a lo masculino. La educación popular nos enseña la superación y una extensión del modelo "científico" de comprensión del mundo. Hace rato que el concepto de militancia, más allá de la concepción tradicional, nos parecía relevante y apuntaba pero quizás no lo teníamos tan claro y nitida la concepción de esta hasta que nos topamos con este video en Internet.
Esta ocurrencia virtual casi fenomenológica es relevante a medida que nos aclara un poco más el panorama de nuestra caminar a (re)pensar(nos) lo masculino. ¿Somos una mera apendice del feminismo? ¿Somos algo distinto? ¿queremos rescatar algo de lo masculino? Estas son preguntas que se nos aparece y remueve nuestro quehacer. Esto, sin embargo, puede un eterno mirarse sin accionar hacia afuera pero más que excluir es un ejercicio permanente de ambas acciones.  Ciertamente el pensar/hacer/soñar en este caminar es una postura existencialista (léase Camus y el extrajero) no solo en cuanto al ser humano, sino también en relación al sujeto (en tanto sujeción a una cultura patriarcal) masculino del cual queremos comprender para poder desprender(nos) de ello, logrando constituir en ese proceso un nuevo sujeto. Este proceso sin egoismo ni pretenciones ulteriores sino genuínamente desde una comprensión de la subjetivación y desde el remesón estructural social de lo androcéntrico de nuestra sociedad. Y esto esta corporalizado mediante juegos y prácticas lúdicas en el cual se actualiza las normas abstractas y etéreas pero que nos estructuran, tanto desde lo subjetivo como lo normativo social. Y tal cual plantea Oscar Barrera en esta entrevista nos interesa visualizar y concientizar este elemento en los varones y posibilitar, dentro de un complejo escenario social elementos que toquen una veta de inquetud en los varones. Un intento a para lograr esto fue esta acción que realizó el KP y en el cual confluyen nuestra acciones, tanto internas como externas. Y es esta noción que nos mueve, tanto corporal como mentalmente, a contribuir al desarme de una estructura patriarcal que muchas, por no decir todas, nos hace daño pero que también nos ha tornado mudos para poder denunciarlo, en sus mecanismos y pensamientos. 

Finalmente les dejamos, por esta vez, con el gran tema de Construcción de Chico Buarque.
Hasta pronto!

lunes, 16 de julio de 2012

Jóvenes en masculino: a medio camino entre alternativos y tradicionales.

Amiguitas y amiguitos, les dejamos este artículo de Klaudio Duarte, integrante del Kolectivo Poroto, disfrútenlo y comenten!
hasta la vista!



lunes, 11 de junio de 2012

Del piropo al Acoso Sexual Callejero.

Reflexiones post-conversatorio con las compañeras feministas de la “Marcha Mundial de las Mujeres”.



En nuestros contextos culturales, la práctica de "piropear" no es solamente una tradición criolla reflejada en galantería, sino es, si miramos con la perspectiva de género, una práctica que remite a una relación estructural de dominio y sometimiento del cuerpo femenino. Como Kolectivo Poroto consideramos pertinente relevarlo en el plano del Acoso Sexual Callejero, en la medida que reconoce una lógica patriarcal, que incluso resulta invisible para muchas y muchos, en el proceso de marcar un territorio simbólico de propiedad masculino-machista.

A partir de lo anterior, el Acoso Callejero de varones hacia mujeres, da cuenta de una jerarquía que pronuncia las asimetrías estereotipadas de un activo masculino y una pasiva femenina,que relacionada a los privilegios masculinos (en Modelo Hegemónico de Masculinidad Patriarcal - MHMP), legitima los cuerpos  de mujeres como un territorio de dominio y sometimiento recurrente. El contenido sexoíde del acoso hipergenitalizado, reduce a las mujeres a simples objetos y cuyas expresiones son por ejemplo: seguimientos, manoseos en espacios públicos, saludos “cuneteados”,chistes, entre muchas otras. Estos resultan ser reflejo de que en el espacio público los varones recrean y actualizan la norma patriarcal, que posibilita el acoso como un valor permitido para los hombres.

Las expresiones de este dominio refuerzan los mandatos hegemónicos, los que al mismo tiempo pasan a ser una obligación entre semejantes masculinos. A partir de lo anterior, cabe preguntarse ¿Podemos, en tanto hombres, poner en cuestión estas prácticas machistas? que claramente no contribuyen al desarrollo de espacios equitativos entre hombres y mujeres. ¿Será posible que como hombres podamos movilizarnos con el propósito de generar transformaciones, incluso desde las resistencias, y así, permitirnos un ejercicio cuestionador de los privilegios masculinos y posibilitar prácticas distintas-alternativas al MHMP?

Finalizando esta reflexión, queremos invitarles a compartir, difundir y reflexionar una de las interrogantes que nos mueve: entre el acoso sexual callejero y los Femi(ni)cidios ¿Qué relaciones podemos establecer?
Otoño, 2012.
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domingo, 3 de junio de 2012

SATISFACHOS: La derechización de la causa gay.


La cuenta pública del 21 de mayo pasará a la historia por el “perdón” de su Excelencia, los carteles protestando por Freirina, los Chocman repartidos a las abuelitas calcetineras y la ácida polémica twittera sostenida por un agitado grupo de activistas de la diversidad sexual. La controversia surgió después que líderes del Movilh aplaudieran de pie la mención de Sebastián Piñera a la bullada Ley Antidiscriminación. Molesto e inquieto por la inédita escena, protesté desde @elchedelosgays por el gesto “satisfacho”, denunciando así la evidente “derechización” de la causa gay en Chile.


No estamos “satisfachos” porque son múltiples las críticas que han surgido en la comunidad gay, lésbica y trans a la aplaudida Ley Antidiscriminación. Reparos que el Movilh neutraliza, celebrando el avance, pero omitiendo que la Ley sólo aborda aspectos punitivos, no contemplando acciones afirmativas y actos reparatorios a las víctimas. No educa en la diversidad, sólo castiga la discriminación y creer que la existencia de un castigo monetario – legal suprimirá actos discriminatorios o crímenes de odio como el de Daniel Zamudio, es desconocer los procesos sociales y culturales de un país. Representa un avance institucional porque -simbólicamente- instala la no discriminación como valor, pero mientras no demuestre efectos en la vida cotidiana, no podemos aplaudir “satisfachos”, menos si el asunto es controversial entre entendidos.
La polémica sacó del clóset las históricas diferencias políticas e ideológicas que existen en la comunidad gay, lésbica y trans organizada. Disidencias que se establecen en el modo de enfrentar la institucionalidad. Es legítima la lucha de organizaciones oficialistas como el Movilh que dedica su actuar a la implementación de “políticas públicas”, pero esa acción nunca es ingenua y debe ser contrarrestada con miradas críticas al significado normalizante e higienizante de dichas políticas. Tampoco pueden deslegitimarse otras estrategias no institucionales que apuntan a impulsar debates contra hegemónicos desde las calles, la cultura, el arte, las periferias o espacios académicos alternativos, ámbitos elegidos por otras agrupaciones y activistas de la disidencia sexual para complicitar con luchas sociales emprendidas por estudiantes, jóvenes, mapuches, trabajadores, feministas y ecologistas. Esa disidencia apuesta a transformaciones simbólicas y culturales, no sólo en el ámbito “corporativo” de los “asuntos propios de gays, lesbianas y trans”, sino disparando contra un esquema general de sociedad fundado en el paradigma neoliberal y sospechando de prácticas políticas que se acomodan tras pequeñas conquistas-arcoiris dentro del sistema, pero no socavando su estructura.
En el marco de la diversidad sexual no se puede apostar a un sólo referente, existen muchas instancias que buscan de distintos modos los cambios. El problema es que en medio de un gobierno de derecha neoliberal, ciertas diversidades están siendo instrumentalizadas por el poder institucional que las manipula y utiliza políticamente, haciendo ver como propias las conquistas comunitarias, quedando así poco espacio para un “cuarto propio”.
Entre necesarias tensiones ideológicas, aplausos “satisfachos” e intensas polémicas por las redes sociales, las historias de sumisión y/o emancipación del movimiento gay, lésbico y trans de Chile, transitan por diversos, ripiosos y sinuosos caminos que, desde los márgenes, no desde la institucionalidad, crearán espacios libres bajo el sol.
* Víctor Hugo Robles es periodista, activista y apóstata, conocido como “El Che de los Gays”.
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Fotografía: Kena Lorenzini. Juventud de Renovación Nacional en Marcha por la Diversidad Sexual. 1 de octubre de 2011, Santiago de Chile.

Fuente: http://www.elquintopoder.cl/ciudadania/satisfachos-la-derechizacion-de-la-causa-gay/

viernes, 25 de mayo de 2012

Análisis de Coyuntura: Prácticas Políticas Masculinas y enclaustramiento.


Enclaustrar: “Meter, esconder en un lugar oculto” Diccionario RAE.

Los militantes del Kolectivo Poroto (KP) reconocemos en el actual escenario político, una gran oportunidad para mirar (nos) los modos tradicionales de hacer política que se han desplegado en el marco de la reciente aprobación de la Ley Antidiscriminación (a raíz del asesinato homofóbico de Daniel Zamudio); y desde ese lugar construir alternativas desde nuestros modos de hacer política, reflexión que como KP hemos venido desarrollando en perspectiva de reconocer aprendizajes y tensiones.

Los actores en cuestión: Jiménez, Simonetti y El Estado.

Rolando Jiménez, el eterno dirigente del MOVILH, representa una forma de hacer política que podríamos caracterizar como clásica, hegemónica, neoliberal y reformista; la cual ha construido al alero del Estado y sus instituciones, confiando en los cambios socioculturales desde el peso de la Ley. Este modo de hacer política es vertical; sin la participación de los sujetos, ni de las comunidades; mediático y con el afán de institucionalizar las luchas sociales. En este caso, una institucionalización hegemónica de las luchas de la diversidad sexual. Por su parte, el discurso de Pablo Simonetti (Fundación Iguales) y su intento por construir igualdad en contextos empobrecidos, refuerza el valor del Estado y las leyes como mecanismo de resolución de “algunas” desigualdades sociales, ya que no reconocemos en esta postura argumentos que cuestionen las bases del capitalismo neoliberal. Finalmente, el Estado, representado por el SERNAM y su campaña “Maricón es el que maltrata a una mujer”, también en su versión 2.0, construye acciones en pro de la prevención de la violencia género (familiar desde su mirada), ejerciendo violencia simbólica.

Todos estos ejemplos, a nuestro juicio representan modos de hacer política de los cuales nos queremos diferenciar, apostando por acciones políticas liberadoras, que se sitúan políticamente en contra de los valores del capitalismo neoliberal chileno, asumiendo el desafío de pensar nuestros proyectos sin las lógicas del Estado, construyendo autogestión para satisfacer nuestras necesidades: personales y colectivas.  

Como Kolectivo Poroto (militancia en género/masculinidades y política), las preguntas sobre cómo hemos venido desarrollando nuestro trabajo político, han encontrado algunas pistas que dicen relación con nuestra (in) capacidad para construir un modo de hacer política desde el género. Si a lo anterior le sumamos la naturalización que se ha construido socialmente sobre las luchas de género, el escenario que se configura no es del todo alentador.

Durante mucho tiempo hicimos nuestra la consigna del feminismo “lo personal es político”, sin embargo, con el transcurso del tiempo y los sin-sentidos de nuestro quehacer, llegamos a constatar que puede llegar a ser muy autocomplaciente, en la medida que la acción política se queda enclaustrada en unos pocos, sin vínculos transformadores con otros, ni en un trabajo con comunidades específicas.

Hacer política desde el KP nos ha implicado reconocer que hay un punto ciego en nuestra política: no sabemos cómo salir de la conversación interna al espacio público. Enclaustramiento. En este mismo movimiento el desafío que visualizamos es un punto de inflexión para dejar que se nos pasen los acontecimientos, “la coyuntura”. Dicha inflexión implica mirar prácticas políticas de otras agrupaciones contraculturales, en las cuales vemos referencias y sentidos compartidos (Coordinadora Universitaria de Disidencia Sexual –CUDS, el activismo que incomoda a los conservadores dirigentes el MOVILH del “Che” de los Gays –Víctor Hugo Robles, Feministas Autónomas, experiencias educativas populares y libertarias, entre otras posibilidades).

Creemos necesario mirar para el lado, dejarnos interpelar y hacer alianzas políticas que nos posibiliten espacios de incidencia desde aquellos sentidos y aprendizajes que hemos venido conversando con muchos varones y aliados/as sobre los modos alternativos de ser hombre en un contexto capitalista patriarcal. Nada de recetas, modelos, ni nuevas masculinidades, más bien un trabajo situado políticamente y con las ganas de mirarse y aprender de su incipiente trayectoria.

Hablamos desde experiencias colectivas, como varones nos planteamos en disconformidad con los modelos hegemónicos patriarcales que se pretenden únicos en nuestra sociedad; con las formas de estar en el poder; con las construcciones de masculinidades y femineidades neoliberales. Desde prácticas políticas de resistencia y contraculturales hacemos frente al actual escenario que sitúa al mercado como un lugar estratégico para construir comunidad.     
Probablemente los formatos lúdicos desde perspectivas educativas libertarias y populares, nos den chances de co-construir discursos alternativos a las masculinidades hegemónicas patriarcales que se sitúan en nuestra sociedad. Nuestros discursos, conversaciones, dudas, tensiones, vacíos, intuiciones y aprendizajes liberadores, necesitan romper con las prácticas políticas vanguardistas y enclaustradas, que por mucho tiempo han estado presentes en espacios de varones.

Cabe consignar, que el Patriarcado nos va ganando “el partido”, por goleada, pero no está muerto el que lucha…por eso como KP visualizamos cinco ámbitos de acción desde los cuales romper con el enclaustramiento político masculino: sistematización de nuestra experiencia; acción e incidencia política, comunicación a través de nuestras redes sociales como un espacio de conversación social; procesos permanentes de (auto) formación y un encuentro de colectividades de varones que a nivel regional se vienen auto-convocando para reflexionar, resistir y construir alternativas al patriarcado neoliberal.

Otoño, 2012.
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miércoles, 23 de mayo de 2012

Los hombres en perspectiva de género por Oscar Guasch.

La masculinidad es como una cebolla: no hay nada debajo y hace llorar. La masculinidad está hecha de capas y capas (de ritos, palabras, y significados) que no esconden ningún núcleo ni ningún corazón. La masculinidad es volátil y es sutil, incluso cuando no lo son algunas de sus manifestaciones sociales visibles: violencia, competitividad, e individualismo. La masculinidad forma parte de un relato mítico mediante el cual se ofrece a los hombres la tierra prometida (en forma de reconocimiento social) siempre y cuando se adecuen a las normas de género que les corresponden. Es una promesa fáustica. Mefistófeles (la sociedad) tienta a los hombres con engaños y falsas promesas, porque nadie les informa del precio que deben pagar por acceder y mantener el estatus de hombres de verdad: “Sé un hombre y todo esto será tuyo”. Pero nadie especifica a qué precio.
La masculinidad implica sufrimientos, esfuerzos, renuncias, y negaciones. También fuerza a asumir riesgos para probar ante el resto de varones que se merece conservar el estatus de hombre de verdad y el reconocimiento social que comporta. Vivir como hombres normativos facilita mantener el beneplácito del resto de varones; pero hay que probar que se es digno del mismo. Y hay que probarlo todo el tiempo, en todas las interacciones sociales. Hacerlo suele ser agotador. En este sentido, las mujeres lo tienen más fácil porque no deben probar nada (salvo decencia y decoro). Tiene razón Simone de Beauvoire cuando escribe en El segundo sexo que las mujeres se hacen a lo largo del proceso social que las convierte en tales. Pero su punto de vista ha tenido un éxito social limitado. Las sociedades occidentales, como la mayoría, siguen pensando que es el hombre quien se hace. Para ello asocian a las mujeres con la biología mediante la estratagema de definir como naturales funciones sociales como la maternidad o la alimentación de la descendencia. Creer que “el hombre se hace” implica que sus atributos pueden malograrse (ya que son definidos como caracteres adquiridos en el proceso de socialización). Y, al contrario: nuestra sociedad asume que a las mujeres les es casi imposible perder lo que la naturaleza les otorga. Por eso, a las lesbianas con hijos se las piensa antes madres que lesbianas. La maternidad confirma a las mujeres como tales. Pero la naturaleza no brinda parecidos instrumentos respecto a los hombres. Por eso la masculinidad es una condición frágil que puede perderse. Se trata de un proyecto biográfico y social que no termina jamás, y que siempre puede cuestionarse.
La masculinidad es una forma de género. Y el género es estructura social. Se trata de una forma universal de organizar la sociedad. El género está en todos los lugares y en todas las épocas. El género es estructura social y es orden simbólico, pero no existe de igual modo en todas partes. Para entender el papel que mujeres y varones juegan en distintas culturas es preciso hacer un análisis particular de cada sociedad concreta y evitar generalizaciones de tipo etnocéntrico. El género (como la edad) es una variable universal de estratificación social que regula los roles y el acceso y la distribución de los recursos. Pero existen algunas sociedades con más de dos géneros, y otras en las que los atributos que conlleva (para hombres y mujeres) son distintos de los nuestros. Por eso es un error pensar que el género actúa de igual modo en todas partes.
El desarrollo de una mirada autónoma y crítica de los hombres sobre sí mismos está por construir. No existe un movimiento social amplio e interclasista (análogo al movimiento feminista) que se ocupe de ello. Por eso, la noción de masculinidad aún está en construcción. Pese a ello, tanto en nuestra sociedad, como en la mayoría, la masculinidad tiene un carácter mítico. Los mitos no son evaluados ni testados, pero constituyen un referente normativo respecto al cual se articulan los discursos y las prácticas. Así pues, la masculinidad define un modelo ideal que actúa como referente pero que no tiene traducción real. Y es que los procesos de socialización siempre producen personas imperfectas respecto al modelo prescrito (sea por exceso o sea por defecto). Esto significa que, aunque quiera, ningún hombre cumple de forma estricta con la masculinidad prescrita en su sociedad.
Salvo los homosexuales y gays, los varones se asocian poco por el hecho de serlo. Existen, eso sí, una especie de asociaciones de afectados por el sexismo social nacido de la corrección política: las asociaciones de padres y de separados y divorciados. Sin embargo, sus discursos de denuncia política del sexismo que padecen no son tomados en cuenta en un contexto que, de forma simplista, tiende a definir a los varones como verdugos ya las mujeres como víctimas. Nuestra sociedad se empeña en hablar del patriarcado como si este fuera un producto creado por los varones con el que las mujeres no tuvieran nada que ver (excepto como víctimas). Hay que desarrollar nuevos puntos de vista sobre todo esto. La transfobia, la homofobia, y las agresiones contra los hombres que no dan la talla, también son formas de violencia de género. Hay algunos varones y también algunas mujeres que oprimen a los demás desde posiciones hegemónicas de género. Pero ni ser mujer es garantía de nada, ni tampoco ser hombre debería ser considerado un agravante. Y en cualquier caso, no debería olvidarse que es imposible liberar a las víctimas sin liberar, al tiempo, a los verdugos.

Oscar Guasch
Departamento Sociología.
Universidad de Barcelona.
oscarguasch@ub.edu

Fuente WordPress Los Disidentes

miércoles, 16 de mayo de 2012

A Propósito del Conversatorio sobre "Acoso Callejero"


En conjunto con las compañeras de la Marcha Mundial de las mujeres participamos en un Conversatorio sobre "Acoso Callejero" (Providencia). Las masculinidades están perneadas de la necesidad de marcar territorio, simbólico y real, en donde los cuerpos de las mujeres son justamente este posible territorio. Las preguntas que nos hacemos que si un piropo, una de las marcas de esta masculinidad hegemónica, es ofensivo si es que la ofendida/o lo encuentra un acto de galantería. Aquí tenemos nuestros apuntes sobre este tema ¿Es objetivamente, universalmente y inequívocamente una ofensa el piropo? El conversatorio sobre el acoso callejero, en conjunto con La Marcha Mundial de las Mujeres abordó preguntas ¿Cómo opera el micropoder y cómo nos relacionamos, los varones, con una práctica naturalizada y milenaria?¿Qué tenemos que decir sobre este acto los varones? ¿Qué sienten las mujeres cuando varones les dice o hace algo en la calle hacia ellas? Esas son las algunas de las preguntas que se tocaron en el conversatorio. No basta simplemente legalizar y castigar, sino cambiar la mentalidad y cultura de las personas que transitan en un espacio común y compartido.
Queremos compartir unos videos que apuntan a esta misma dirección para simplemente provocar e invitar a los navegantes que nos leen a debatir en vuestros círculos más cercanos y no tan cercanos para poder crear sinergia e ir transformando la cultura machista en algo humano, empático y solidario.

Aprovechamos ademas a pasar el dato de un colega en Argentina, Raydel Romer, que editó la revista Masculinidad/es, por OMLEM en Bs As, la cual invitamos ver Revista Masculinidad/es OMLEM

Recuerde que hay espacio para comentar y vincular material que se les ocurra en relación a esto en los comentarios mas abajo.

Abrazos y hasta pronto!
KP

jueves, 10 de mayo de 2012

Análisis de Coyuntura: “a propósito de la nueva Ley Antidiscriminación”


“...Lo que se impone por la fuerza,
es rechazado y en poco tiempo se olvida...”
Federico Luppi, Lugares Comunes.

Durante los últimos meses y debido al asesinato homofóbico de DANIEL ZAMUDIO, hemos escuchado en gran parte de los medios y en el cotidiano, la discusión sobre una Ley Antidiscriminación. Esta discusión que no deja indiferente a nadie, repite una fórmula ya probada en que la norma legal a través de la coerción (en tanto es el poder hegemónico del Estado -ejercido por unos pocos-) es comprendida como única forma de modificar las conductas de las personas ¿Pero esto realmente genera cambios culturales en los sujetos o en el mismo Estado?

Ejemplos de discriminación tenemos varios en nuestra sociedad: segregación barrial, lógica desde la cual se construye ciudad sin las y los ciudadanos, desde la exclusión y la segregación territorial; discriminación de clase, en educación por ejemplo, los sujetos empobrecidos estudian con otros sujetos empobrecidos, campaña “pitéate un flaite”; étnica, militarización del conflicto social en el sur; generacional, construcción de relaciones sociales entre generaciones desde una matriz adultocéntrica; etc., etc., etc. ¿Para todas estas discriminaciones necesitamos solo leyes?

Una de las tensiones que emerge al pretender un cambio social a través de las Leyes es que, independiente de que exista la sanción, siempre termina siendo para unos pocos. Un ejemplo de esto: los Derechos Humanos forman parte de la (ilegitima) constitución chilena, siendo un acuerdo internacional al que el Estado de Chile suscribió hace muchos años, pero todos los días sistemáticamente se vulneran y solo se sanciona en casos excepcionales.

Por otra parte, nuestra sociedad está “acostumbrada” a negativizar la discusión. Un ejemplo simple es cuando se acercan los mundiales de futbol y mientras en gran parte de América y el mundo se habla de clasificatorias nosotros nos remitimos al término eliminatorias. Esto es (o será) por que no perseguimos la victoria sino que buscamos “no perder”. Así mismo al hablar de una Ley Antidiscriminación buscamos sancionar, a través de la represión, las acciones discriminatorias. No se trata de no comprender la necesidad de la ley, sino de preguntarse acerca de si podemos centrar la discusión en la norma, como si la normalización de las conductas de  los sujetos fuese la única vía posible de regulación social.

Se asume que la ley se “entiende” sabida por todos, pero en la realidad uno solo se entera como opera realmente cuando infringe la ley o cuando es vulnerado en sus derechos. Siendo  una de las bases fundantes de un Estado como el nuestro, pero ¿qué implica hacer la dicotomía entre sociedad e individuos?, decimos esto porque al creer que la norma es la solución, opera una relación de subordinación entre la sociedad/individuo o sea norma/individuos que no es necesariamente efectiva y que peor aún, solo es aplicada para muchos pero para el beneficio de unos pocos, desconociendo la relación dialéctica que existe en la construcción sujeto-sociedad-sujeto como nos la plantea Martin Baro: los individuos construimos una sociedad y al mismo tiempo ésta nos construye como sujetos.

El problema de la discusión centrada en la ley es que la reflexión se reduce a la sanción de la discriminación pero no hay un aporte ni un interés real por iniciar una transformación más profunda. Que la ley exista y sancione no significa que los actos ilícitos dejen de cometerse ni que como sociedad dejemos de discriminar a los sujetos por su diversidad simbólica.

Creemos necesario legislar en un sentido amplio y positivo, con respeto a la diversidad, cuestionando aquellas iniciativas que centran “todos” sus esfuerzos y confianzas en el papel que pueda desempeñar el Estado a través de sus leyes. 

Como Kolectivo Poroto, apostamos por una legislación pro diversidad que promueva cambios culturales, que se remita a lo simbólico llámese sexo, género, generación, clase, etnia, color, etc., y que integre a la sociedad civil a un proceso de transformación, en que nos vinculemos todas y todos. Como desafío reconocemos necesario hacernos preguntas desde nuestros lugares de acción, en este caso, la militancia en género/masculinidades y política, por los aportes que podemos realizar en tanto varones participes de este proceso.

Mayo, 2012.
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viernes, 13 de abril de 2012

Los aplausos que venían desde lejos

Los aplausos que venían desde lejos anunciaban su llegada. El calor de la ciudad se empecinó. Corrieron periodistas buscando la primicia, con cámaras incómodas, llenando de cables el suelo pisoteado por la masa que repletamos el lugar. Un improvisado escenario albergó palabras políticas de líderes de movimientos; algunos cantos que decían quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón; y a una familia que jamás imaginó ese momento, pidiendo respeto y no politizar la despedida de su Daniel Zamudio Vera.

En el Cementerio General éramos miles de personas que acompañamos el entierro de Daniel, luego de agonizar casi un mes tras la tortura que sufrió por una pandilla neonazi. Daniel era hombre, joven, pobre y homosexual. Vivía en San Bernardo, en un pasaje donde apenas pasa el carro de bomberos, donde se pierde la ciudad. En ese pasaje le velaron los y las vecinas, amononaron el lugar sacando sillas de sus casas, poniendo flores, preparando jugo para las visitas.

A medida que ingresaba el auto con el ataúd de Daniel, todo se subyugó al ensordecedor “Daniel, amigo, el pueblo está contigo”. Vieja consigna de la nunca acabada injusticia. Las banderas estaban agónicas por la falta de aire, pero coloreaban el cemento del camposanto.

En Chile hay tortura.

Mujeres son torturadas y asesinadas por razones de género. Se llamafemicidio. Al menos en un quinto de los femicidios las mujeres fueron masacradas, desfiguradas, con alevosía, con dolo, con odio. Con moral, la que encarrila, la que designa con sangre la verdad y limpieza.

El asesinato de Daniel es el de un homosexual pobre, la de un gay de pasajes. No debe pasar desapercibido: homosexual + pobre. Y los pobres tienen la justicia del pueblo: de la marcha mientras arriba quema el sol, la del Daniel amigo el pueblo está contigo, la del show televisivo en los matinales; la de decenas de años siendo marginados, expulsados, explotados. Daniel fue enterrado en un nicho al fondo del Cementerio, cuando ya no hay más donde caminar, donde se capea el sol con malla kiwi, tan alejado de los mausoleos de presidentes, de notables, de burgueses.

Marchamos heteros, lesbianas, homosexuales, dirigentes de derechos humanos, académicos/as, vecinos/as, jóvenes, adultos, locas, queer, putos, putas, heladeros, gente fashion y gente cuma, los in y los out. Fue una marcha silenciosa y acalorada, tan larga como los cientos de danieles zamudios que han existido. Los tacos de las locas se llenaron de polvo, igual que los zapatos Zara del que andaba más enflautado. Personas en bicicleta, abuelos/as del brazo, adolescentes de pelo en la cara, periodistas sin descanso.

En Chile desde todos lados “lamentaron el hecho”, como dice la prensa. En verdad, me alegré de no ver curas, ni monjas, ni gente de la política institucional. Despedí, sin conocerlo, a una persona que, sin buscarlo, remecerá necesariamente nuestros límites como sociedad. Al parecer es consenso que no hay espacio para torturar un cuerpo, sin apellidos (pienso en: gay, comunista, delincuente, pobre). Las actuales generaciones que convivimos en Chile tenemos experiencias diversas sobre la tortura y violencia sobre los cuerpos, y tras décadas de historias, ya parece no es algo normal ni aceptable. Se denuncia, se repulsa. El Estado chileno queda en vergüenza frente al mundo, pero principalmente frente a su pueblo.

Sin embargo, la lucha en Chile es ardua. Luchamos desde quienes acaparan todo, hasta quienes no tenemos más poder que un twitter y la esperanza del Kino una vez a la semana.

No me digan que el aborto o interrupción del embarazo es algo valórico; no lo es más que la reforma tributaria o de educación. Es como decir es humano: todo lo es.

No me digan que legislar sobre la discriminación es un avance: es una vergüenza. Es la premodernidad, es el medioevo con Redcompra.

No me hablen de democracia si el debate es sobre la idea de debatir el aborto o interrupción del embarazo, para que luego el Padre Presidente diga que, sin importar lo que se resuelva, vetará la discusión.

No me digan que hablar de femicidio, de aborto, de embarazos, de posnatal, es un tema de mujeres. Menos que es valórico. Decir lo último es caer en la trampa católica de la Santísima Concepción: todo lo que sea del ombligo para abajo es valórico.

Lo ocurrido con Daniel Zamudio no debiera entenderse como algo aislado, ni como un acto exclusivo contra los/as homosexuales desde un exaltado grupo radical conservador. Lo sucedido es la tortura y asesinato de un miembro de la sociedad que no cumplió mandatos de género y de clase coherentes. Esto ocurre todos los días. Lo de Daniel es el absurdo de lo cotidiano, la vulgarización de una práctica camuflada en nuestras palabras, bromas, publicidad, incluso en campañas gubernamentales que dicen que maricones son los que golpean a determinados grupos.

Cuando ya nos íbamos del Cementerio, recorriendo los pasos hacia Av. Recoleta, comiendo un helado de $200, una señora de edad algo cansada pero satisfecha, me dijo que el asesinato de Daniel es responsabilidad de todos/as. Lo primero que pensé: fuerte es la asimilación del lenguaje periodístico. Pero luego de unos minutos, comprendí lo básico que la sociología enseña en sus primeras lecciones: el sentido común, esa voz en almacenes y paseos por la calle, dice las verdades silenciosas que cimentan nuestras relaciones, resumidas en palabras que escuchamos en todos lados, en cada muro, en muchas canciones. Y la señora me recordó que la comunidad ha fallado, que la polis no existe, que no sabemos de diversidad, que nos tiene aniquilados/as el sentido de la propiedad.

No hay palabra más silenciosa que la del sentido común, y no hay otro lugar en donde escuchar más fuerte el estruendo de la vida social.

El asesinato de Daniel marcó un precedente en la lucha por los derechos básicos en democracia que afectan las relaciones interpersonales (matrimonio homosexual, interrupción del embarazo, no discriminación) y que han sido bandera de muchas batallas en Chile, de diversos grupos.

Vendrán los discursos, mejor que vengan libertades. Vendrán los gestos, mejor que vengan las acciones. Vendrán las promesas, mejor que vengan resoluciones. Vendrán más torturas y discriminaciones, y ahí mejor que sea el sentido común quien aplaste esa violencia; entonces, la ley o reforma que sea, será solo un dato de la causa. Nuestra mejor arma es que sea anormal lo sucedido con Daniel, siendo él un símbolo de discriminados/as, abusados/as y explotados/as. Nunca un mártir.

Juan Manuel Cabrera
Núcleo de Investigación en Género y Sociedad Julieta Kirkwood

viernes, 23 de marzo de 2012

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Aborto: Por la libertad de decidir

Por Nelly Richard. Crítica y ensayista; integrante de los Imaginarios Culturales para la Izquierda.

La libre circulación de las palabras o bien su acceso restringido a la esfera pública demuestran el control que ejercen tanto las ideologías político-culturales como los poderes comunicativos sobre las fronteras de lo decible y lo nombrable, es decir, sobre los términos que pueden (o no) ser objeto de deliberación ciudadana. Son varios los nuevos términos que la alianza de derecha, pese a su dominante conservadora, ha tenido que dejar circular durante el 2011: por ejemplo, “ley de unión civil” y, de contrabando, “matrimonio homosexual”.

A cambio de este tránsito forzado, el gobierno de S. Piñera ha reinstalado en gloria y majestad a la Familia como trasfondo iconográfico de toda una cadena de afectos (sentimientos y creencias) y efectos (iniciativas legislativas y políticas públicas). Lo maternal y lo familiar -exaltados por la moral de la pareja que caricaturiza el bono “Bodas de Oro”- han pasado a ser el refugio intemporal, mítico, que protege al ser humano de todo lo que lo amenaza en un mundo de cambios veloces exacerbados por la globalización capitalista. Ya lo sabíamos: la misma derecha que celebra el liberalismo económico como desate consumista de los bienes y productos en un mundo de tráficos sin fronteras, resguarda –en lo moral- los valores y tradiciones como algo puro y sacro que debe mantenerse alejado de la promiscuidad contaminante de lo que circula planetariamente. La maternidad como eje femenino de la reproducción y el cuidado de la familia es el bastión sagrado que debe preservarse fiel a sí mismo, intacto, para contrarrestar el debilitamiento de otros símbolos de arraigo y pertenencia (Estado, nación, clase, partido, tradición, etc.) que el capitalismo transnacional vuelve inestables y mutantes.

Si bien la no-discriminación de género y el respeto a la diversidad sexual pasaron a semi-integrarse al sentido común liberalizador de una sociedad chilena que finge ponerse al día, hay una palabra que permanece interdicta: la palabra “aborto”. No habría que ser ingenuos en pedirle a este régimen que ha convertido a la familia en su paradigma valórico que ingrese esa palabra tabú a su repertorio pese a que la ley Simone Weil, en Francia, despenalizó el aborto en 1975 bajo un gobierno de derecha. Lo más preocupante es que la palabra “aborto” (a secas: no “aborto terapéutico”) genera tantas aprensiones y suspicacias por el lado de la izquierda que por el lado de la derecha.

¿Qué se oculta tras la censura generalizada a la palabra “aborto? Primero, las lógicas de dominación masculina que castigan el derecho de las mujeres a decidir soberanamente sobre sus cuerpos y destinos, volviéndolas culpables de no obedecer ciegamente el mandato de la maternidad obligatoria. Al consagrar lo femenino-materno como abnegación y sacrificio, este mandato les ordena a las mujeres renunciar a su propia libertad en beneficio del otro: en el caso del embarazo, antes siquiera que el feto sea persona , individuo o sujeto.

La Iglesia Católica, pese a la inmoralidad de los casos de abusos sexuales, sigue ejerciendo –como si nada- su hegemonía vaticana al normar el control de los cuerpos, en activa consonancia con el conservadurismo de derecha que estuvo respaldando en Chile el escandaloso fallo del Tribunal Constitucional que prohibió la píldora del día después en el 2008. Eso, por el lado de la derecha y la Democracia Cristiana. Por el otro lado, la izquierda tradicional (la de los partidos de la Concertación y extra concertacionistas) se preocupa de la explotación de clase y de las injusticias sociales del sistema de dominación económica, pero ha sido incapaz de prestarle atención –teórica y política- a las opresiones culturales (entre ellas, las que subordinan la diferencia de género) por no comprender todavía que lo que atañe a cuerpos, deseos y subjetividades es también materia de emancipación.

Chile ha visto cómo el orden normalizador de su democracia formal (no participativa) se ha visto drásticamente cuestionado por los reiterados estallidos sociales que, desde el año pasado, se rebelan contra los abusos neoliberales pero, también, contra la falta de imaginación política de una izquierda convencional; una izquierda que no ha sabido ampliar debidamente las fronteras de lo democrático para que predomine “lo político” (los antagonismos de poder y representación en torno a las prácticas de constitución de lo social; las luchas por la igualdad que presuponen a la diversidad en contra de las identificaciones uniformes; las redefiniciones de lo público y lo privado en el cruce entre micropoderes y resistencias cotidianas, etc.) por sobre “la política” en su versión instrumental.

Reconquistar esta dimensión intensiva de “lo político” supone una izquierda plural y fluida en sus contornos, abierta a la incorporación de todas aquellas demandas que promueven cambios en las posiciones de sujetos que los aparatos de captura de la identidad (por ejemplo: masculino-femenino) quieren mantener lineales y fijas. Rebatir la violencia simbólica de la ideología sexual dominante no es algo que les concierne solamente a las mujeres en tanto comunidad de género. Combatir las asimetrías y desigualdades de género es parte de las luchas de transformación social que amplían las bases del igualitarismo democrático.

En las últimas conmemoraciones del Día Internacional de la Mujer en Chile, agrupaciones feministas desfilan reclamando por la despenalización del aborto (“Por la libertad de decidir”) y sumando dicho reclamo político-sexual a otras manifestaciones de legítimo rechazo a los abusos privatizadores de un modelo neoliberal que atenta contra la equidad y la justicia sociales. Del mismo modo que las agrupaciones feministas protestan a favor de un reparto no-excluyente de la democracia, el feminismo espera de la(s) izquierda(s) que suscriba(n) la necesidad de resguardar los derechos fundamentales de las mujeres en materia de libertad reproductiva. El debate sobre el aborto se ha visto confiscado en Chile por visiones moralizantes que, pese a la laicidad del Estado chileno sancionado por la Constitución, tratan de imponerle al conjunto de la sociedad su concepción religiosa de la vida humana.

No hemos escuchado nada parecido a las sabias palabras formuladas hace algunos años por el Obispo auxiliar de Madrid, monseñor Alberto Iniesta: “Mi conciencia rechaza el aborto, pero mi conciencia no rechaza la posibilidad de que la ley no lo considere un delito”. Que las mujeres puedan elegir en conciencia si asumir o no la maternidad es un derecho que les incumbe a todos ya que el cuerpo propio es el primer territorio de libre ejercicio de la soberanía en garantía, por lo tanto, de la ciudadanía universal.

dona por un aborto ilegal


Los comentarios más conservadores y erróneos sobre el aborto.

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